domingo, 9 de noviembre de 2008

FUJIMORI Y LA REVANCHA DE LA HISTORIA

Dentro de pocas semanas debe concluir el juicio al que sido sometido el ex presidente Alberto Fujimori, uno de los hombres más corruptos que se haya sentado en la silla presidencial de nuestro país y que más daño le haya hecho a nuestra patria. Es de esperar que caiga sobre él una sentencia adecuada que asegure permanecerá en la cárcel por el resto de sus días.

Muchas veces me he preguntado cómo fue posible que el Perú sufriera la humillación terrible de que un extranjero –pues Fujimori lo era, ya que la partida de bautismo que supuestamente decía que él había nacido en Lima un 28 de julio, es falsa- llegara a ocupar la más alta magistratura del país. Un hombre que odiaba y despreciaba al Perú, tal como lo manifestó repetidas veces durante la campaña electoral y al ocupar la presidencia; un hombre que, como evasor de impuestos, estaba impedido de ser candidato; un hombre que bajo la máscara de la democracia instauró un nuevo y oprobioso régimen militar en el Perú, en el que los uniformados sólo estaban subordinados a los caprichos del presidente y de su cómplice Montesinos.

El hecho es que la presidencia de Fujimori fue uno de esos extraños casos de revancha de la historia que ocasionalmente ocurren. Fue una revancha de la historia por una gran injusticia cometida en el pasado reciente de nuestro país contra la colonia japonesa, injusticia de la cual habla un reportaje publicado hoy por la revista dominical del diario La República, acerca de la familia Ikeda, duenos de la Avícola San Fernando.

Durante la segunda guerra mundial, en la década del cuarenta del siglo XX, el gobierno peruano cedió cobardemente a la presión del gobierno americano que pedía deportar a los EEUU a los adultos varones de origen japonés que vivían y trabajaban en el Perú y a veces a familias enteras.

La mayoría de esos hombres eran ciudadanos peruanos útiles que contribuían a nuestro bienestar laborando honestamente en diversos oficios y negocios. Se les separó cruelmente de sus familias y se les confinó en campos de concentración en territorio norteamericano, en donde vivían decentemente pero como prisioneros. ¿Cuál era su delito? El gobierno americano temía que algunos de ellos fueran espías del imperio nipón. El gobierno del Brasil, donde había una importante colonia japonesa- no cedió a la presión norteamericana. Nosotros sí. La historia nos ha pasado la factura de ese acto de cobardía de nuestro gobierno de entonces, poniendo al frente de nuestro país a un hombre de origen japonés, desgraciadamente indigno.

Yo recuerdo cómo los muchachos de mi barrio íbamos a cortarnos el pelo en el pequeño local que tenía un amable japonés, ya no muy joven, en la segunda cuadra de la Av. Conquistadores en San Isidro. De pronto el hombre desapareció y sola se quedó la buena María atendiendo a su menuda clientela y extrañando a su marido.

Muchos de esos nisei deportados perdieron durante el exilio los bienes que habían acumulado en décadas, pues un conocido abogado, a quien le habían confiado su administración, se quedó con ellos. ¿Por qué no lo denunciaron cuando regresaron? Posiblemente pensaron que debido a las conexiones de ese abogado, tenían pocas perspectivas de salir ganando. Quizá algunos lo intentaron sin éxito.

Aparentemente el Sr. Ikeda personalmente no sufrió ningún despojo durante su exilio, o al menos el reportaje no lo dice. Tampoco le guardó resentimiento al Perú pues regresó a trabajar y, con el tiempo, a hacer fortuna, como la hicieron también muchos de los injustamente deportados.

Yo no sé de qué manera el exilio afectó a la familia Fujimori, pero él sí le guardó a su país adoptivo un gran resentimiento que se manifestó en sus palabras de desprecio sobre nuestra historia, en el asalto descarado a las financias públicas, y en la violación de la más elementales reglas humanitarias. Felizmente, debido a un mal cálculo, el ex presidente se puso sin querer al alcance de la justicia peruana y ahora tiene que enfrentarse a los cargos severos que se le imputan.

Sin embargo, dicho sea de paso, yo considero que la permanencia en el Congreso y la posible candidatura presidencial de su hija Keiko en el 2011, es una burla agravada a nuestra patria, pues ella ha sido cómplice de los latrocinios de su padre al haberse beneficiado junto con sus hermanos durante años con el financiamiento de estudios en los EEUU cuyo costo ella sabía muy bien que no salían de los bolsillos de su padre, pues, ella misma lo ha dicho, era cubierto por Montesinos. Si ella no ha sido todavía acusada constitucionalmente es sólo debido a la vergonzosa alianza del APRA con el fujimorismo.

Un caso extraordinario reciente de revancha multifacética de la historia es la victoria de Barcack Hussein Obama en las última elecciones presidenciales de los EEUU. Digo multifacética, en primer lugar, porque él es negro, perteneciente a una raza que hasta hace pocas décadas no podía votar y a la que le estaban negadas muchos derechos fundamentales. En segundo lugar porque él es hijo de un economista de Kenia que nunca se hizo ciudadano norteamericano; porque no nació en el continente americano sino en Hawai, y porque creció en Indonesia, país musulmán donde los norteamericanos no son muy queridos. En tercer lugar, porque su segundo nombre es Hussein, el apellido de uno de los hombres más odiados por los EEUU -el ex dictador Sadam Hussein- para derrocar al cual ese país inició una guerra insana de altísimo costo humano y económico. Gracias a uno de esos giros inesperados de la historia, Obama, una figura lo menos norteamericana posible en apariencia y background, y perteneciente a una minoría todavía en algunos aspectos discriminada, ha vencido a un candidato cuyo aspecto y carrera es lo más norteamericano que uno pueda imaginarse, a un héroe de la guerra en Vietnam. Por eso su elección, algo que hace apenas dos años parecía imposible, ha abierto una ventana de entusiasmo y de esperanza no sólo en su país sino en el mundo entero. Quiera Dios que no nos desengañe.