En el artículo
anterior hemos dejado a la comitiva de 276 personas con las cuales viajaba
Pablo a Roma como prisionero, esperando en la isla de Malta que las condiciones
de navegación fueran favorables para embarcarse nuevamente y empezar la 9na y
última etapa de su viaje.
11. “Pasados tres meses, nos hicimos a la vela
en una nave alejandrina que había invernado en la isla, la cual tenía por
enseña a Cástor y Pólux.”
Mientras durara el
invierno toda navegación era imposible o demasiado riesgosa, (Nótese al
respecto que el verbo usado para designar el tiempo que las naves permanecían
en un puerto seguro es precisamente “invernar”) pero, llegada la primavera, ya
los barcos podían hacerse a la mar sin peligro. Los náufragos deben haber
permanecido en la isla entre mediados de diciembre y mediados de marzo, o algo
antes, cuando los vientos del oeste empiezan a soplar.
El
centurión embarcó a los soldados y a los prisioneros en una nave alejandrina
que posiblemente llevaba a Roma trigo egipcio, y que había invernado probablemente
en Valeta, el puerto principal de la isla. La embarcación, nos informa Lucas,
llevaba en la proa la enseña de los “dióscuros” Cástor y Pólux, dioses mellizos,
hijos de Zeus, que eran considerados patrones de la navegación y, por tanto,
eran venerados por los marineros.
12-14. “Y llegados a Siracusa, estuvimos allí tres
días. De allí, costeando alrededor, llegamos a Regio; y otro día después,
soplando el viento sur, llegamos al segundo día a Puteoli, donde habiendo
hallado hermanos, nos rogaron que nos quedásemos con ellos siete días; y luego
fuimos a Roma.”
Al día siguiente
llegaron a Siracusa, el puerto más importante de Sicilia, situado en la costa
sureste de la isla, conocida por ser la patria del matemático Arquímedes.
Siracusa, dicho sea de paso, había sido fundada el año 734 AC por los corintios
como una colonia, y pasó al dominio romano a fines del siglo III AC.
Después
de permanecer tres días en dicho puerto, probablemente por falta de vientos
favorables, cruzaron el estrecho de Mesina y llegaron al puerto de Regio, en la
punta de la bota italiana, y al día siguiente, cubriendo la distancia de 180
millas náuticas (333 Km) en menos de dos días, gracias al viento favorable del
Sur, llegaron al puerto de Puteoli, el moderno Pozzouli.
Éste,
situado en la amplia bahía de Nápoles, y a cinco días de camino de Roma, era el
puerto más importante del sur de Italia, en donde desembarcaban su carga los
navíos alejandrinos que traían el trigo de Egipto.
Aquí
encontraron una comunidad cristiana, lo que no es sorprendente, porque ahí
había también una numerosa comunidad judía. No tenemos noticia del origen de
esa iglesia en el puerto, pero su existencia nos da una idea de la rápida
difusión del Evangelio por el imperio.
Puede
sorprender que el centurión, llevando a un gran número de prisioneros a Roma,
pudiera quedarse en Puteoli sólo a pedido de los hermanos que querían agasajar
a Pablo. Pero es posible que él tuviera también asuntos que atender en ese puerto
y, de todos modos, tenía suficiente libertad de acción para decidir prolongar
su estadía en algún lugar si lo consideraba oportuno. Ya hemos visto cómo al
inicio del viaje, en Sidón, el centurión permitió a Pablo ir a visitar a sus
amigos (27:3). En el caso de la permanencia en Puteoli, cabe también pensar que,
dado que él había decidido terminar su viaje por tierra y ya no por mar, le fuera
necesario hacer los preparativos necesarios para conducir una compañía tan
numerosa, formada por prisioneros y soldados, hasta la capital del imperio. Es
muy probable que los cristianos de Puteoli mandaran a alguno de los suyos a la
iglesia de Roma para anunciarles que Pablo estaba llegando.
Para que
se tenga una idea del mundo al cual llegaba Pablo, quiero relatar un
acontecimiento que se produjo casi coincidiendo con su llegada, si él desembarcó
en Puteoli el año 59, o un año antes de su arribo, si éste se produjo el año
60.
El
emperador Nerón, que había tenido una antigua disputa con su madre, Agripina II,
quiso agasajarla ofreciéndole un banquete en su villa en Baiae, al extremo
accidental de la bahía de Nápoles, y luego la despidió en el muelle, donde ella
se embarcó para regresar a la villa donde residía al otro lado de la bahía.
Pero este viaje era una trampa. El techo de la pequeña nave había sido
preparado para que se desplomara sobre ella y la aplastara, y si esto fallaba,
se había acondicionado una espartilla en el casco de la nave, que debía ser
abierta para que dejara entrar el agua, y la nave se inundara y se hundiera.
Para
mala suerte de Nerón las dos barras de hierro del techo no cayeron sobre su
madre y ella, al hundirse la nave, se salvó nadando hasta la orilla, donde fue
recogida por unos pescadores que la llevaron a su villa.
Enterado
Nerón del fracaso de sus planes, mandó en la madrugada a unos rufianes que
asesinaron a Agripina a golpes en su cama. (Nota
1) Este incidente no es sino una pequeña muestra de las intrigas,
asesinatos, violaciones, estupros, etc. que eran parte de la vida cotidiana de
la corte imperial en ese tiempo. ¡Cuánto ha cambiado el mundo desde entonces como
consecuencia de la difusión del cristianismo!
15. “De donde, oyendo de nosotros los hermanos,
salieron a recibirnos hasta el Foro de Apio y las Tres Tabernas; y al verlos,
Pablo dio gracias a Dios y cobró aliento.”
El centurión condujo
a la comitiva a su cargo tomando, unas cuantas millas más arriba de Puteoli, la
famosa Vía Appia, una de las principales carreteras construidas por los romanos
en el sur de Italia, llamada así en homenaje a Appius Claudius, el censor que
la planeó (321 AC).
Los
cristianos de Roma, alertados por sus hermanos de Puteoli, descendieron en
comitiva para recibir a Pablo (2), según
la costumbre antigua cuando se trataba de la llegada de personajes famosos
(véase Mt 21:1-11), algunos hasta la localidad de Foro de Apio, a unos 70 Km de
Roma, y otros hasta Las Tres Tabernas, a 55 Km de Roma. Esta recepción calurosa
levantó el ánimo de Pablo, quien dio gracias a Dios por ello.
16. “Cuando llegamos a Roma, el centurión
entregó los presos al prefecto militar, pero a Pablo se le permitió vivir aparte,
con un soldado que le custodiase.” (3)
Llegados a Roma el
centurión dio por terminada su misión entregando a los prisioneros –seguramente
junto con el documento que especificaba los cargos contra cada uno de ellos- a
la autoridad correspondiente, al stratopedarjés
(o “prefectus praetorio”, en latín), esto es, al capitán de la guardia, que ese
año era el honesto Afranio Burro. A Pablo, posiblemente por recomendación del
centurión, se le permitió permanecer en arresto domiciliario, viviendo a sus
propias expensas en una casa alquilada por él mismo, pero custodiado por un
soldado. En el v. 20 más abajo Pablo dice que está “sujeto con esta cadena”. Eso se refiere muy posiblemente, según la
práctica usual entonces, a que le habían puesto una cadena en la muñeca que lo
ataba a un soldado, lo que quiere decir que no podía moverse, aún dentro de la
casa, sin tener al soldado al lado suyo. (4)
Eso era mejor que estar confinado en una cárcel hedionda y húmeda, como
solían ser las cárceles en ese tiempo, pero de todos modos ¡qué terrible debe
haber sido para él estar privado de toda privacidad! Él estaba sujeto con una
cadena, pero como le escribe a Timoteo, la palabra de Dios no está encadenada
(2Tm 2:9). Y tal como sucedió con José,
cuando fue echado a una prisión en Egipto (Gn 39:21), el favor de Dios no dejó de
acompañarlo y fortalecerlo.
17-20. “Aconteció que tres días después, Pablo
convocó a los principales de los judíos, a los cuales, luego que estuvieron
reunidos, les dijo: Yo, varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el
pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso
desde Jerusalén en manos de los romanos; los cuales, habiéndome examinado, me
querían soltar, por no haber en mí ninguna causa de muerte. Pero oponiéndose
los judíos, me vi obligado a apelar a César; no porque tenga de qué acusar a mi
nación. Así que por esta causa os he llamado para veros y hablaros; porque por
la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena.”
Una vez que Pablo se
hubo instalado en la casa que había alquilado, hizo llamar a los hombres
principales de la comunidad judía de Roma (ciudad en la que había varias
sinagogas) para hablarles, y estando ellos frente a él, les empezó a hablar, dirigiéndose
a ellos en los términos que solía usar cuando se dirigía formalmente a una
concurrencia judía: “Varones hermanos…”
(Véase 13:15; 22:1; 23:1) (5).
Sus
primeras palabras “no habiendo hecho nada
contra el pueblo, ni contra las costumbres de nuestros padres”, tienen el
propósito de defenderse, pero suenan casi como una acusación contra sí mismo.
¿Por qué adopta Pablo ese lenguaje? Porque era obvio para los concurrentes que
él estaba ahí en la condición de prisionero, ya que tenía a su lado a un
soldado al que, como ya se ha explicado, lo ataba una cadena ligera.
El
propósito de sus primeras palabras era explicar el motivo por el cual él había
sido enviado a Roma como prisionero para comparecer ante el tribunal del César.
Podemos suponer que Lucas no nos proporciona sino una síntesis de las palabras
de Pablo, que deben haber sido más explicativas.
Lo que
él les dice puede ser resumido así: Yo he sido acusado por mis compatriotas
ante los romanos (24:5-8; 25:5-7), pero éstos no hallaron en las acusaciones
ninguna causa para condenarme, por lo que estaban dispuestos a soltarme
(26:31,32). Pero dado que las autoridades de Jerusalén se opusieron a ello, me
he visto obligado a apelar al tribunal del César (25:11,12) para no ser juzgado
en Jerusalén -implícitamente porque allí mi vida corría peligro. Sin embargo,
yo no tengo nada de qué acusar a los de mi nación. Os he convocado para que
sepáis que estoy preso a causa de la esperanza de Israel.
Esta
frase suele designar en boca de Pablo, en los otros pasajes donde él la
utiliza, la promesa de la resurrección de los muertos (23:6; 24:14,15; 26:6-8).
Pero en este momento designa, para el buen entendedor, la doctrina que sostiene
que esa esperanza ya tuvo su primer cumplimiento en la persona del Mesías que
resucitó de los muertos.
21,22. “Entonces ellos le dijeron: Nosotros ni
hemos recibido de Judea cartas acerca de ti, ni ha venido alguno de los
hermanos que haya denunciado o hablado algún mal de ti. Pero querríamos oír de
ti lo que piensas; porque de esta secta nos es notorio que en todas partes se
habla contra ella.”
Las palabras de Pablo
habían sido suficientes para que ellos se dieran cuenta de que él estaba
hablando de la secta de los nazarenos. Pero ellos en ese momento fingen no
tener información concreta acerca de ella, salvo que no tiene buena fama entre ellos.
Naturalmente
ellos tenían mucha información acerca de los seguidores de Jesucristo, porque
años atrás todos los judíos habían sido expulsados de Roma por el emperador
Claudio el año 49 o 50, según se sabe por el historiador Suetonio, a causa de
una disputa surgida entre ellos en torno al nombre de Cristo (Véase Hch 18:2).
Y es muy probable también que habían sido informados acerca de la oposición que
Pablo había enfrentado en las sinagogas donde predicó el evangelio. Todo lo
cual no significaba que ellos no quisieran escuchar lo que él tenía que decir.
Notas
1: Este
incidente está relatado en el utilísimo libro “In the Fullness of Time” de Paul
L. Meier, tan lleno de interesante información histórica y geográfica, y está
basado en información proporcionada por los historiadores romanos Suetonio y
Tácito.
2.
La
palabra que usa el texto griego (apántesin)
es la misma que emplea Pablo cuando habla de recibir al Señor en el aire en 1
Ts 4:17.
3.
Este
es el último versículo del libro en que Lucas se incluye en la narración, lo
que no quiere decir que abandonara a Pablo, sino simplemente que ya no se
alojaba con él.
4. El rey
Herodes Agripa I había estado detenido en Roma durante un tiempo en condiciones
similares.
5.
Pablo no necesitaba llamar primero a los
ancianos de la iglesia de la ciudad porque ellos habían salido a recibirlo a su
llegada.