martes, 12 de mayo de 2009

OBSERVAR EL ROSTRO HUMANO

Resulta increíble que el actual gobierno haya propuesto como candidato a Contralor General de la República (el hombre que vela por la honestidad de las cuentas estatales) a un sujeto prontuariado y con serios antecedentes penales. Cuando apareció su fotografía por primera vez en los diarios, sin información acerca de sus antecedentes, yo me dije: “Este hombre, a juzgar por su cara, es el menos indicado para ocupar un cargo tan delicado”. La información dada a conocer posteriormente confirmó la justeza de mi intuición.

¿Cómo pude yo conocer, con solo mirar la fotografía, que ese hombre no reunía las condiciones indispensables de honestidad para ese puesto tan delicado?

Cuentan que una vez un amigo le presentó al presidente Abraham Lincoln una persona que a su juicio podría desempeñar muy bien el cargo de Secretario del Tesoro (que corresponde entre nosotros al Ministro de Economía). Después de entrevistarlo, el presidente le dijo a su amigo que no podía nombrar a su recomendado porque no le gustaba su cara. El amigo sorprendido le preguntó: “¿Qué tiene que ver su cara con sus aptitudes para el puesto? Lincoln le contestó: “Al llegar a los 40 años la personalidad del ser humano ha cuajado y se refleja en su rostro.”

No sólo a los 40 años. En toda edad el rostro revela lo que la persona tiene dentro, aunque su personalidad se esté todavía gestando.

¡Qué importante es que la gente aprenda a leer el rostro de las personas con las cuales trata! ¡De cuántos engaños y desilusiones no se libraría!

Desde muchacho yo me acostumbré a fijarme en la cara de la gente tratando de percibir cómo era su carácter. Claro está que el curso de psicología que habíamos estudiado en el colegio me había preparado para eso. Las rasgos faciales dicen mucho acerca de la personalidad del individuo, no sólo en términos psicológicos sino también de salud y resistencia física.

Desde los tiempos del pastor suizo Lavater, a fines del siglo XVIII, se han escrito muchos libros que analizan el rostro y el cráneo, y el estudio de la fisonomía se ha convertido en una verdadera ciencia (aunque también hay mucha charlatanería y es bueno reconocerla). A mi paso por la Universidad de Munich, hace 50 años, yo tomé Psicología como “Nebenfach” (curso secundario), y me inscribí en las clases de Fisionomía que dictaba el Prof. Lorsch, una eminencia en ese campo. Aprendí muchísimo.

Pero mucho más importante que los conocimientos académicos es el hábito de fijarse en los rasgos de la cara, en los gestos y las muecas –así como en la entonación de la voz- porque dicen mucho acerca de la persona en sí, de su psicología, de su actitud frente a uno y de su estado de ánimo. Claro que todos percibimos instintivamente si una persona nos recibe bien o mal, y cuándo está de buen o mal genio. Pero es una aptitud instintiva que nos conviene desarrollar y refinar.

El lugar por dónde comenzar son los ojos, de los que se dice con razón que son las ventanas del alma. ¿No hemos visto cómo los ojos de la persona a la que nos acercamos denotan alegría de vernos, o lo contrario, rechazo; simpatía u odio, ternura o indiferencia, alegría o tristeza? ¿O cómo se achican o se agrandan, brillan o se nublan al vaivén de las emociones? Ciertamente hay ojos que son más expresivos que otros, pero no hay ojos que no delaten lo que hay en el interior de una persona, salvo en el caso de los detectives, de los espías y de los jugadores de cartas, que han sido entrenados para que sus miradas sean neutras, y que sus rostros permanezcan impasibles.

Yo puedo decir que desde que aparecieron los cartelones con la fotografía del entonces desconocido candidato presidencial de Cambio 90, yo detesté el esbozo de su sonrisa cínica. Me dio mucho pena que engañara a los líderes evangélicos que le dieron su apoyo, y a los que, una vez llegado al poder, despachó sin miramientos. Si ellos hubieran sabido leer el rostro humano, se hubieran dado cuenta desde el principio que los estaba engañando. Pero los cegaba la ilusión de llegar al poder y por eso actuaron de espaldas al Espíritu Santo. Pero aún hoy día, encarcelado y juzgado su rostro expresa arrogancia, falsedad y desprecio, propias de una personalidad despótica e inescrupulosa, tal como actuó cuando estuvo en el poder.

¿Y cómo no fijarse en el rostro maquiavélico de su cómplice número uno, que lo precedió en la cárcel?

Es muy fácil e instructivo observar el rostro de los personajes públicos porque su fotografía aparece con frecuencia en los medios impresos, y podemos cotejar lo que percibimos de su psicología con su actuación pública. Pero aun más útil es mirarlos cuando aparecen en la TV porque se puede observar sus gestos al hablar, cómo responden a las preguntas o críticas, y la consonancia entre el tono de su voz y el contenido de sus palabras. La entonación de la voz es muy indicativa de la sinceridad o insinceridad de las palabras. Agucemos el oído para detectarlas.

El actual presidente de la Corte Suprema, por ejemplo, tiene una cara de pocos amigos, pero es un magistrado serio, pese a su pasado fujimorista. También era un hombre serio su predecesor, si bien su rostro es más bonachón. Pero al actual presidente de la Corte Superior ¿quién le confiaría sus ahorros?

Hay también un notable contraste entre el rostro adusto y aguafiestas del actual presidente del Jurado Electoral que, sin embargo, es una garantía de imparcialidad, y el aire mentiroso que tenía su predecesor.

La actual ministra del Interior tiene una expresión dura y autoritaria, poco hecha para ganarse la simpatía de sus subordinados, pero nadie duda de su honradez y de su decisión de sanear la policía. ¿Pero qué expresaba la comisura de los labios del general de la Policía que la precedió en el cargo? Su actuación lo puso de manifiesto.

La cara y manera de hablar de los demás miembros del Gabinete también es muy interesante de observar. La paciencia del Canciller, la agilidad mental del ministro de Transporte (¿pero es honesto?), la callada eficiencia del ministro de Trabajo, la mirada desconcertada del ministro de Salud, la ingenua sinceridad del Primer Ministro, etc.

Algunos rostros de los parlamentarios son también muy sugerentes. Hay un congresista del fujimorismo que con frecuencia es caricaturizado como un cerdo. Los dibujantes suelen tener una percepción psicológica muy aguda porque, por su oficio, están acostumbrados a observar el rostro.

A propósito de ese animal hecho popular por la gripe de moda ¿qué es lo que expresan los gestos, el rostro y las palabras del presidente de Venezuela? Ese hombre está llevando a la ruina a su país y su carrera puede terminar en un charco de sangre. ¿Pero no han notado la expresión de soberbia que tiene su opositor que ha buscado asilo en nuestro país? ¿Y qué expresa el labio superior del candidato nacionalista que goza del apoyo de Chávez? Una tendencia a las reacciones violentas, que agrava la poca inteligencia que reflejan sus ojos. ¿Y qué pensar del hábil abogado de Fujimori, que lo fue antes de otros acusados de ese gobierno? Nunca está corto de palabras para empapelar a los que lo entrevistan.

La cara de los conductores de los programas dominicales u otros de TV y de los noticieros es también muy interesante de observar. Todos ellos inevitablemente desnudan su alma ante el público, aunque haya –también inevitablemente- algún fingimiento en su comportamiento ante las cámaras.

Hay pues todo un campo de observación, aparte del que le ofrece la vida diaria, en el cual el cristiano inteligente puede entrenarse para leer el rostro humano y estar atento al mensaje sin palabras que los rasgos de la cara, los gestos y la mirada nos transmiten. El conocimiento de la psicología humana que adquirirá mediante ese ejercicio le puede ser muy útil en la vida y en su ministerio.

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