En nuestro país existe la noción extraña de que no importa que un presidente sea corrupto con tal de que haga obra. Esa noción extraña y perversa no toma en cuenta que un presidente corrupto trae consigo todo un entorno de corrupción que invade la administración pública y los tribunales, socavando las bases de la justicia y de la decencia, aparte de provocar un enorme desperdicio de fondos del estado, que van a parar a manos de particulares.
El daño moral hecho al país durante la década del 90 es incalculable y difícil de reparar porque ahora está en la conciencia de mucha gente que la manera más rápida de enriquecerse es entrar a la política y ganar influencia. Si nuestro Congreso se llena de pillos, ¿sale el país ganando?
Es mil veces mejor un presidente poco eficaz pero honesto que uno eficaz pero deshonesto. Las consecuencias de la ineficiencia pueden repararse, pero las de la corrupción, difícilmente. Ojalá el pueblo entienda esa verdad.
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