La semana pasada se ha hablado en los diarios y en la TV acerca de la separación de una profesora y conocida periodista lesbiana, de la universidad en que trabajaba, como consecuencia de las quejas de los padres de algunas de sus alumnas. La acción tomada por la universidad ha sido criticada en los medios como una actitud de intolerancia homofóbica frente a lo que hoy suele llamarse “diversidad de opciones sexuales”.
Los argumentos esgrimidos son deleznables ya que las personas de diferente “opción sexual” son muy proclives a inducir a otros en sus prácticas. Recuérdese el caso de los curas pedófilos en los EEUU –que ha sido puesto nuevamente en el tapete en estos días por la visita del Papa a ese país. Como las investigaciones pusieron de relieve, no se trataba propiamente de un fenómeno de pedofilia, sino de la proliferación de sacerdotes homosexuales en la Iglesia Católica de ese país, que eran protegidos por obispos de la misma tendencia, y que buscaban satisfacer sus impulsos con quienes, por su edad, estaban más expuestos a sus avances. Esa era una plaga que infestaba también a los seminarios diocesanos desde la década del 80.
El Vaticano, con justa razón, exigió a los obispos americanos que los sacerdotes de tendencia homosexual fueran excluidos de colegios y parroquias y asignados a otras tareas en que no tuvieran contacto con niños y adolescentes. Obligó también a renunciar a uno que otro obispo conspicuamente involucrado, incluyendo a un cardenal. A su vez dictó normas estrictas para no admitir en los seminarios a postulantes en quienes se detectaran inclinaciones desviadas.
Es obvio que los padres de la universidad en cuestión hicieron muy bien en dar la voz de alerta, y es muy probable que, pese a las críticas de los medios –que ya sabemos quién las mueve- tendrán que hacerles caso, si es que la institución no quiere perder alumnos y desea salvaguardar su prestigio.
Es sorprendente que periodistas y autoridades, que incluso se precian de su fe católica, o que tienen familias normales, e hijos e hijas, hayan salido en defensa de la profesora. ¿La contratarían como profesora particular de sus hijas? Lo dudo mucho.
La profesora incriminada hace alarde de su orientación. Ella escribe una página semanal en un tabloide local en la que hace apología abierta, con detalles procaces, de una sexualidad perversa y promiscua, además de tener un blog en la web de contenido similar. Ese solo hecho la descarta como profesora de colegio o universidad.
Es necesario hacer, sin embargo, una distinción clara entre el respeto que toda persona merece en consideración de su Creador, indiferentemente de su orientación sexual, y el rechazo de ciertas prácticas que siempre fueron consideradas reprobables por ser contrarias a la naturaleza, y a las que la palabra de Dios llama vergonzosas y abominables. No lo son menos hoy día pese a la buena publicidad y a la aceptación mediática de que gozan.
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