En días recientes han ocurrido tres casos de maltrato de la mujer que han tenido bastante resonancia y que son muy ilustrativos de la mentalidad que prevalece entre nosotros. pero que han recibido tratamientos diferenciados de parte de las autoridades involucradas. En un caso un jugador de fútbol se atrevió a insultar de mala manera a la mujer que arbitraba el partido. Fue expulsado de su equipo. En otro un juez superior fue acusado de acosar a su secretaria. Ha sido destituido gracias a la presión de la opinión pública. El tercero, en que una cadete de las Fuerzas Aéreas fue violada por un compañero, parecía que no iba a ser sancionado como se merece.
Gracias a la intervención del ministro de Defensa el violador ha sido expulsado de esa arma.
Los que son condescendientes con estos abusos niegan los derechos fundamentales de la víctima, e ignoran que la violación es un delito grave que atenta gravemente contra la persona. En verdad, más que delito ese acto debería ser catalogado entre los crímenes por las consecuencias duraderas, a veces, irreparables que produce en la psicología y salud mental de la persona violada. Las penas que la sancionan son demasiado débiles y deberían ser aumentadas, en casos como el mencionado, a por lo menos veinte años de prisión.
Parafraseando a Vallejos podríamos decir que en el campo del respeto de la mujer hay en nuestro país muchísimo, muchísimo que hacer. Esos tres casos son paradigmáticos del desprecio que el peruano siente por el sexo opuesto, a cuyos miembros considera casi como un coto privado de caza.
Veamos algunos ejemplos. Cuando una mujer joven se acerca a una oficina o despacho donde atiende un hombre, éste suele tutearla de frente. ¿Quién lo ha autorizado? Yo creo que ninguna mujer debería permitirlo, y para prevenir que su reacción pueda causarle dificultades en la gestión que vino a hacer, el tuteo no autorizado debería ser considerado como maltrato al sexo femenino y ser pasible de queja.
Un piropo bien dicho puede halagar a una mujer, pero el ser perseguida con piropos o frases de doble sentido por un hombre en la calle, es una grave falta de respeto y produce angustia en la mujer que lo sufre. Debería ser pasible de denuncia y objeto de sanción.
Con mucha frecuencia el peruano que sale con una mujer cree tener derecho a solicitarle favores sexuales y reacciona airadamente si ella se niega. Más aún si la mujer es divorciada, viuda o madre soltera. Pareciera que esta condición diera carta blanca al hombre. Es como si los hombres se creyeran dueños del cuerpo de la mujer y tuvieran derecho a “sobrepasarse” con ella.
Pero el peor de los abusos es que los hombres crean que la naturaleza les autoriza a engendrar hijos en más de una mujer, a la que con frecuencia después abandonan porque no quieren, o no pueden, sostenerla. Lo que no les impide embarazar después a otra. O si tienen los medios se creen con derecho de sostener varios hogares simultáneos. Eso lo consideran una prueba de hombría, cuando es más bien una prueba de irresponsabilidad y de cobardía frente a los hijos, porque la ausencia del padre suele dejar profundas huellas negativas en la autoestima de esas inocentes víctimas. He ahí una de las causas principales de la gran inseguridad que sufre el peruano medio.
La superación del machismo en nuestra sociedad debería comenzar por enseñar a los hombres a ser hombres de verdad, es decir, a ser responsables y asumir valientemente las consecuencias de sus actos, no a tratar cobardemente de escabullirlas.
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