Hace algunos días escribí una carta a un conocido periodista peruano que había publicado un artículo criticando la actitud de algunos “curas” de provincias que se lamentan del impacto negativo que la explotación minera, formal o informal, suele tener en la vida del campesinado que contempla impotente cómo esa explotación malogro el entorno, a veces idílico, en el cual ellos viven.
Creo que puede ser de interés reproducir, ampliándolos en algunos casos, los párrafos que le escribí sobre ese tema.
“¿No cree usted que esos curas puedan tener razón al lamentar el impacto que tiene la minería, grande o pequeña, en la vida rural? ¿Beneficia realmente a los campesinos la explotación de los yacimientos mineros que arruina su entorno, muchas veces idílico ? Pongámonos en sus zapatos. ¿Qué pensaríamos los limeños si eso ocurriera a pocas cuadras de nuestra barrio, trastornando nuestras vidas?
¿Qué pensaríamos si por ejemplo se descubriera un valioso yacimiento de uranio en la cercanía del Parque de la Reserva, o de algún barrio residencial de clase media, o en un pueblo joven? Estaríamos dispuestos a permitir que nos lo malogren con excavadoras, movimiento masivo de tierras, con todo el polvo y el desorden que eso acarrea?
Las sumas del canon minero entregadas a manos inexpertas o corruptas (las de la mayoría de los presidentes regionales y/o alcaldes) no benefician en absoluto a esos campesinos. Nosotros en la capital tenemos recursos legales para defender nuestra calle cuando surgen proyectos inmobiliarios que la amenazan (aunque a veces los intereses económicos detrás de esos proyectos son casi omnímodos), pero ellos han asistido indefensos por generaciones al despojo de sus tierras y a la destrucción de su cultura ancestral. Su desconfianza es pues perfectamente comprensible.
No dudo de las buenas intenciones de una compañía como Yanacocha, por ejemplo. También Doe Run está actuando responsablemente, y es posible que la opinión que usted tiene acerca del Padre Arana sea acertada, así como también es más que dudosa la actitud del obispo de Huancayo. Pero la explotación y destrucción por desconocidos recién llegados, en la cara de los pobladores seculares de sus territorios tradicionales, posiblemente muy bellos, cuando el beneficio económico de su "puesta en valor" va en gran parte a parar a los bolsillos de gente que nunca estuvo allí y que quizá ni siquiera sabe bien donde queda el Perú (los accionistas anónimos de las compañías mineras extranjeras), me entristece, porque es algo irracional e injusto.
Yo creo que en la noción de desarrollo económico a ultranza que nos obsesiona hay un grave error de enfoque. No sé si alguna vez se haya hecho un balance objetivo de los costos y beneficios que la explotación minera a tajo abierto le trae al país, pero yo no creo que la exportación de recursos no renovables, con un valor agregado nulo o mínimo, nos beneficie a la larga. Más bien tiene visos de ser un despojo consentido que ningún país europeo aceptaría.
El Perú es un país libre e independiente "por la voluntad general de los pueblos", pero sigue siendo en muchos aspectos un territorio colonizado por pueblos desarrollados que son mucho más inteligentes y astutos que nosotros, así como un hombre educado se aprovecha casi sin querer del ignorante. Si no sólo nuestro pueblo, sino también nuestra clase política y dirigente, tuviera un más alto nivel cultural, y una mayor conciencia de lo que nos conviene como nación, pensaría de manera diferente respecto de la explotación de nuestros recursos y los administraría más racionalmente. Un primer paso elemental sería proteger a las poblaciones relativamente aisladas de las "secuelas inevitables del desarrollo económico". ¿Qué vale más, el hombre o el desarrollo económico?
¿Quién está al servicio de quién? ¿De qué vale lo segundo si el primero es sacrificado? Parafraseando a Jesús podríamos decir: el desarrollo económico es para el hombre, no el hombre para el desarrollo económico.”
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