lunes, 18 de enero de 2010

MI AMISTAD CON JULIO RAMON RIBEYRO

Es usual que los periódicos y revistas, por razones de espacio, recorten las cartas de sus lectores que publican. Lo que no es común es que modifiquen su texto y estilo, y que hasta le hagan decir al lector cosas que él no ha escrito. Eso es lo que ha ocurrido con una carta que envié recientemente a la revista “Caretas” acerca de Julio Ramón Ribeyro, relatando mis encuentros con él.

Creo que me es necesario rectificar esa información para que no aparezca yo diciendo cosas que no he escrito. Por ese motivo reproduzco a continuación el texto de la carta que envié a “Caretas”. Lo hago también como un homenaje a la memoria de un escritor a quien tuve el privilegio de tratar de cerca. Inserto además el retrato a lápiz del escritor hecho por mi hija que se menciona en la carta.

Miraflores, 28 de diciembre, 2009

Señor
Marco Zileri
Director de Caretas
Pte.

Estimado Señor Zileri:

A propósito del escritor Julio Ramón Ribeyro, de quien su revista se ha ocupado recientemente, pienso que el siguiente testimonio personal puede ser de algún interés.

En el segundo semestre de 1957 yo heredé el cuarto que alquilaba un amigo peruano de apellido Forno en un departamento en que se alojaban otros peruanos artistas que estudiaban en Berlín. El amplio departamento ocupaba todo el tercer piso de una antigua casa situada en Bayerisher Platz en Berlín Occidental. La vivienda pertenecía a un caballero prusiano de origen lituano apellidado Josupeit, que estaba algo mal de la cabeza y de quien se ocupaba su antigua ama de llaves. Mis tres compañeros inesperados eran el director de teatro, Jorge Sánchez Pauli, con quien yo discutía todo el tiempo; Alejandro Cortez, un ex compañero de colegio, que después demostró tener grandes condiciones como actor; y Julio Ramón Ribeyro, que era algo nervioso, tímido y reservado. El dormitorio vecino al mío lo ocupaba una alemana regordete que ni nos miraba, pero de la que Julio Ramón estaba perdidamente enamorado, quizá porque a ella le sobraban algunos kilos que a él le faltaban.

Sanchez Pauli y Cortez estudiaban dirección escénica y asistían a los ensayos del famoso Berliner Ensemble que dirigía Helene Weigel, la viuda de Bertold Brecht en Berlín Oriental (eso era antes de que se levantara el muro de Berlín, y se podía ir libremente al lado triste de la capital alemana). Julio Ramón tenía una beca para estudiar fotografía y, además, escribía. Yo estudiaba música en el Conservatorio de Joachimsthalerstrasse. A veces cenábamos juntos pan, “schiebewurst” y queso. Cuando se tiene oportunidad de convivir algunos meses con una persona uno llega a conocer muy bien sus cualidades y defectos, pero de Julio Ramón sólo recuerdo un defecto: el infaltable cigarrillo que llevaba siempre prendido en los labios.

Algunos meses después, estando ambos de vacaciones, coincidimos en el restorán de la estación del tren en Chosica, que era entonces un sitio muy concurrido. Me dijo que yo le había inspirado un personaje de uno de sus cuentos, pero como no anoté el título ni qué personaje nunca llegué a enterarme qué pensaba de mí realmente. Entonces, a decir verdad, yo ni sospechaba que él llegaría pronto a ser un autor famoso.

Años más tarde, ya enfermo, regresó a vivir en Lima. Yo lo invité a venir a mi casa y le presenté a mi hija Sofía, la cual se ofreció a pintarle un retrato, a lo que él accedió gustoso. Pero el proyecto fue frustrado por su muerte acaecida poco después y sólo quedó del proyecto un retrato a lápiz y algunos bocetos que espero que algún día mi hija se anime a exponer.

No me siento autorizado para juzgar del valor literario de su obra, pero lo que sí puedo afirmar es que Julio Ramón era del tipo de personas que se ganan rápidamente el aprecio de los que tienen oportunidad de tratarlos de cerca, por su sencillez, su humildad y su ausencia de toda pose de estrella pese a su fama. Me apena que haya quienes se atreven a desmerecer su memoria.

Cordialmente,

José Belaunde Moreyra



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