Las sanciones con que en Francia se castiga a las mujeres musulmanas que salen a la calle con la “burka”, velo que las cubre íntegramente y que tiene sólo una pequeña rejilla a través de las cuales pueden ver, constituyen una injusticia que añade insulto a la injuria porque, en muchos casos, ellas no son las que deciden ponerse esa indumentaria, sino sus padres, sus maridos o sus hermanos. Usarlas les es algo impuesto por el medio familiar o social en el que viven. Y cuando lo llevan voluntariamente es por adhesión a su cultura. En uno y otro caso ¿por qué castigarlas? ¿No son esas medidas un atentado contra su libertad de vestirse como quieran?
Me temo que esa animadversión a esa práctica de la población árabe en su seno, forma parte del rechazo a todo signo religioso que en la Europa moderna, secular y agresivamente atea, se está generalizando, como es el caso de la prohibición de colgar crucifijos en los salones de clase de las escuelas italianas, decretada por un tribunal de justicia europeo. En el caso de la “burka” en Francia y otros países europeos, su prohibición no hará otra cosa sino aumentar el resentimiento de la cada día más numerosa población musulmana que vive en su seno, y, por tanto, es una medida a la larga peligrosa.
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