jueves, 3 de junio de 2010

EUROPA Y LA BURKA

Los países europeos encaran con desconcierto la presencia de una numerosa población musulmana en medio de ellos a la que no saben cómo tratar de una manera adecuada. Bélgica por ejemplo, ha prohibido drásticamente a las mujeres el uso de la “burka”, -que las cubre enteramente de la cabeza a los pies dejando sólo una pequeña rejilla para los ojos- castigando con una fuerte multa a las mujeres que salgan a la calle cubiertas por esa prenda. En Francia, los maridos que obliguen a sus mujeres a usarla en público encaran una pena de hasta un año de cárcel, aparte de pagar una altísima multa.

¿Por qué el rechazo de esta prenda, que para muchos musulmanes es un rasgo distintivo de su cultura, y que además sus mujeres aceptan? Ese rechazo es un síntoma del temor que sienten ante una población que es diferente, que se no se asimila plenamente al medio europeo, como ellos esperaban, sino que se mantiene voluntariamente aparte.

El grave problema de fondo que confronta Europa detrás de estas tensiones es la creciente disminución de su población autóctona, porque la tasa anual de nacimientos es muy inferior a la tasa anual de fallecimientos. Esa diferencia les hace temer que en un futuro no muy lejano la población europea sea desbordada por la población de origen extranjero que acogieron en su seno. Algo semejante a lo que ocurre en los EEUU frente a la población latina.

Pero fue precisamente esa escasez de nacimientos lo que los motivó a admitir en primera instancia la inmigración de millones de norafricanos y turcos para colmar su creciente necesidad de mano de obra. Los necesitan para realizar las tareas inferiores que los europeos mismo no quieren hacer, pero a la vez los rechazan y los obligan en la práctica a vivir en barrios apartados que son como verdaderos guetos, donde buen número de la juventud carece de trabajo permanente.

¿Cuál sería la solución a ese problema? Puesto que la raíz del problema es la disminución de los nacimientos (facilitada hace cincuenta años por la invención de la píldora anticonceptiva), la única manera de revertir la disminución gradual de su población es que las parejas se decidan a tener por lo menos tres hijos por mujer.

Vale la pena recordar que la gran expansión colonial europea durante el siglo XIX, pudo realizarse en buena parte debido al gran crecimiento de la población que experimentó ese continente durante ese siglo, coayuvada por la drástica disminución de la mortalidad infantil temprana fruto del progreso de la medicina y de la higiene. Era común entonces que las familias tuvieron ocho o diez hijos sobrevivientes, lo que dio a los países europeos considerables excedentes de población que nutrieron sus contingentes de funcionarios coloniales, aparte de la población que emigró a Norte y Sur América.

El fenómeno contrario, la disminución de la población por la falta de nacimientos puede provocar la decadencia del continente, como ya lo han advertido voces proféticas y los mismos voceros oficiales que se esfuerzan por estimular la tasa de nacimientos ofreciendo incentivos económicos a las familias que tengan más de dos hijos. Pero esa política de incentivos ha rendido pocos resultados porque es insuficiente para contrarrestar el egoísmo de las parejas, formales o convivientes, para quienes los hijos son una pesada carga que recorta su libertad. La ideología feminista extrema, que calificaba al embarazo como una grave injusticia de la naturaleza contra la mujer porque limitaba su independencia (Simone de Beauvoir dixit), ha contribuido también a esta situación.

No está demás también recordar que una de las causas de la decadencia del Imperio Romano fue la disminución de los nacimientos entre sus ciudadanos, que era ya tan preocupante en tiempos de César Augusto (50 años antes del nacimiento de Jesús) que el emperador dictó leyes castigando la soltería de los hombres y premiando con tierras a los hombres que tuvieran dos hijos. Es sabido que debido a esa disminución de la población del imperio sus ejércitos debieron admitir en sus filas a los miembros de los pueblos bárbaros que irrumpían en sus fronteras, y que fueron guerreros germánicos que portaban estandartes romanos, comandados por un general romano, pero de origen bárbaro, Odoacro, los que se apoderaron de Roma el año 476 DC destituyendo al emperador, y provocando la caída del imperio de Occidente. ¿Cuántos años faltan para que el primer ministro alemán o francés sea un musulmán hijo de inmigrantes turcos o árabes? Esa perspectiva aterra a muchísimos europeos.

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